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TUERTO

César Roberto González-Aguilar

Me voy porque prefiero estar enfadada en mi casa que estar aquí mirando sus caras. ¿Para qué me quedo aquí si no me dan de tragar? Ni siquiera me han dado un plato de frijoles", dijo Tía Chula. 


"Tía, ya te lo dije. Te dimos chicharrones y frijoles hace una hora. Es la tercera vez que te lo digo", respondo con frustración.


"Mentira. No quieres que coma ni que vea a mi hijo. Desde que el médico le dijo a Maribel que tengo demencia, todos piensan que soy una puta idiota".


Tía Chula lanza una mirada afilada hacia su hija Maribel.


"Recuerda esto cuando esté muerta Maribel, entenderás lo temible que es la maternidad una vez que tengas tus propios bebés. Una madre nunca olvida el amor por sus bebés".


Bebés.


Mi Tía Chula todavía llamaba bebé a su hijo narcotraficante y asesino.


"Llevo casi una semana en el pueblo y todavía no he visto a este hijo de puta", dijo Tía Chula.


Esta mañana la noté inquieta. A pesar de que el viaje sólo duró seis días, seguía esperando ver a Tuerto, su hijo menor. 


"Ahora que ha crecido y vive libremente en Casa de Piedra, este chico cree que puede elegir cuándo ver a su madre".


Veo a Tía Chula paseando por la casa y siento que necesito sentarme. Mi respiración se entrecorta cuando veo a mi tía esperando a su hijo porque la familia no sabe si está vivo o muerto. 


Tuerto suele poner la olla de frijoles sobre la estufa para que Chula almuerce después de viajar a Casa desde Oakland. El viaje desde el aeropuerto hasta Casa de Piedra es de más de tres horas y Chula suele llegar cansada y con hambre. Mi familia vive hacia las afueras del pueblo, donde las carreteras aún no están pavimentadas. Nuestra vecindad está cerca del canal obstruido por la basura de otras personas. Llevamos dos semanas así.


En comparación con ciudades como Guadalajara, Casa es un puntito en el mapa. El pueblo está escondido entre campos de caña de azúcar y maíz que endulzan las brisas de las alboradas. Vivimos una vida sencilla que consiste en la familia, la comunidad y Dios. La arquitectura de estilo español adorna el centro de la ciudad y los caminos pavimentados encierran hermosos jardines de rosas. A lo largo de la plaza central, hay altas estatuas de bronce de los colonos españoles que llegaron a la zona a principios del siglo XVI. Después de la misa del domingo, la gente suele salir de la iglesia y disfrutar de antojitos de los vendedores locales. De niño, mi madre y yo veíamos cómo los diferentes grupos de mariachis competían en secreto entre sí para ver quién serenaba a más familias. Sin embargo, desde que los narcos tomaron el control de la plaza de Casa, el pueblo no ha estado quieto. Mis tíos en Estados Unidos están asustados por las constantes desapariciones de civiles por parte de los mafiosos que trafican drogas al otro lado de la frontera. 


La verdad es que mi tía tiene motivos para estar preocupada. Las desapariciones traen incertidumbre e inquietud porque nadie sabe si la persona desaparecida está viva o muerta. Al menos, cuando se sabe que un desaparecido es asesinado, la familia puede llorar y sanar.


"Me importa un carajo si el vuelo no es reembolsable. No empaques mis tiliches, Maribel".


Le dije a Tía que era una estupidez perder el dinero que había gastado en el vuelo de vuelta a Oakland. Maribel dice que ella y Tía Chula batallan para completar la hipoteca después de que los precios subieran por el COVID -19.


"Tía Chula, por favor, siéntate. Tal vez Tuerto tuvo trabajo fuera del pueblo. Usted supo que este viaje sería corto. Quizá no había forma de que llegara a tiempo para verla", le expliqué.


El cumpleaños de Tía Beibi era lo único suficientemente urgente para que la familia en los Estados Unidos viajara a último minuto. Sólo han pasado seis meses desde su muerte y todavía estamos de duelo. Las heridas de su pérdida sólo pueden curarse con lágrimas, tequila y mariachi. 


Seis meses antes, el pueblo entero siguió el féretro de Beibi en una procesión por las calles. Se oía el chisme de la familia estadounidense que dejó al único bar del pueblo sin alitas de pollo. Fue curioso ver cómo una familia mexicana traía a las generaciones más jóvenes de pochos para que experimentaran la vida lenta de Casa de Piedra. Siempre me río de cómo los pochos hablan español porque sus tartamudeos me recuerdan a los jóvenes narquillos que me rogaban que no los matara.


"No lo necesito aquí", continuó Tía Chula. "Dios me bendijo con dos piernas que funcionan a mi edad. Todavía sé cómo moverme. Tuerto podría estar a un viaje en autobús, pero ustedes, cobardes, creen que soy demasiado estúpida para viajar sola o usar un teléfono. Sólo necesito oír su voz". 


Por mucho que quiera decirle que Tuerto no está en ninguna parte, sé que está mal hacerlo. A su edad, las malas noticias pueden doler más que un cinturón contra la piel.


Cuanto más veo a mi tía gritar a Maribel, más me imagino a mi propia madre llorando y lamentándose durante mi desaparición. Gracias a la Virgen de Talpa fui uno de los pocos que volvió a casa.


"¿Dónde carajo está el alcohol?", le pregunto a Maribel.


"¿La botella de tequila?" 


"No, el alcohol de caña. Tráelo con un vaso, prima".


Es muy poco lo que puedo hacer con la información que sé. Hablé con los narcos que me salvaron de que me volaran la cabeza. Están vigilando para ver si encuentran espías dentro del cártel. 


Por lo que sabemos, Tuerto no tenía problemas con el cártel. La familia está convencida de que a Tuerto lo hicieron desaparecer por una tontería personal. Era - es muy querido. Los jefes sabían que su experiencia en las calles de Oakland era valiosa en México. Tenían un cholo bilingüe que sabía matar y callar. Antes, organicé trabajos junto a él y vi cómo usaba su inteligencia y fuerza para completarlos. 


Era - es un verdadero intelectual del barrio. 


Veo que Tía Chula me habla, pero no puedo entender lo que dice. Su tono es enojado y está gritando más fuerte que antes. Grita como mi madre solía gritar a mí y a mis hermanos. Imagino que los gritos de mi madre habrán hecho temblar las paredes. Pero, ¿realmente lloró por mí? Debe haberlo hecho. Estuve desaparecido durante meses. Quiero que la tierra se parta y me trague entero. ¿Por qué las mujeres de mi familia pasan por esto? ¿Quién se merece un hijo como yo y Tuerto?


Los gritos de Tía Chula se hacen más fuertes. Cuando me doy cuenta de que la botella de alcohol está vacía, mi mente se remonta a cuando estaba hincado sobre una zanja con una pistola contra mi nuca. El suelo se convierte en arenas pantanosas mientras me dirijo en silencio hacia el baño. 


 No estoy allí. Estoy aquí. Estoy con mi familia. Estoy en Casa. 


Me mojo la cara con agua para distraerme del dolor en mi pecho. Siento la cabeza nublada. Mis ojos lloran lágrimas tan gruesas como la sangre. Mareado, me miro en el espejo y veo el rostro de Tuerto puesto en mi cuello. Me mira con una mirada perdida.


Histérico, salgo corriendo del baño y caigo al suelo de la sala donde veo a Tía Chula dirigirse hacia la puerta. Se detiene, se gira y me mira profundamente a los ojos. Debe sentir mi dolor. 


"Mijo. ¿Qué te pasa bebé?", me pregunta. 


Le devuelvo la mirada mientras me acaricia las mejillas y la frente.


"No pasa nada, Tía. Es que me recuerdas a mi mamá. La echo de menos. La quiero mucho mi Tía Chula", me aferro a ella.


Ella no me responde nada. Una gota de sudor frío recorre mi espina dorsal y se posa en la parte baja de mi espalda. Sus ojos se fijan en mi cara. Mi cara, intento convencerme, no la de Tuerto. Sus caricias hacen que flores broten en mi pecho. Pero, incluso durante este momento de paz, no puedo ignorar su mirada penetrante. 


¿A quién ve?

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